La trinidad en Dios y en el hombre

Dice el Señor:

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y quien quiere conocerse perfectamente, debe saber y reconocer en su interior que, siendo hombre, también consiste en tres personalidades. Tenéis por un lado un cuerpo provisto de sentidos, miembros, órganos y otros elementos necesarios para llevar una vida libre y autónoma. Este cuerpo tiene una vida propia natural que es precisa para la formación del alma espiritual que habita en él y que se distingue bien claramente de la vida espiritual del alma. El cuerpo vive del alimento natural del que se produce la sangre y demás fluidos nutritivos para los diversos componentes del mismo. El corazón tiene un mecanismo particularmente animado, de modo que se dilata y se contrae para que la sangre, junto con los demás fluidos, pueda fluir a todas las partes del cuerpo y para que con la contracción pueda volver a ser recogida y alimentada con nuevas partículas nutritivas que, impulsadas de nuevo a través de las arterias, sirvan de alimento a los distintos componentes del cuerpo. Sin esta actividad constante del corazón, el hombre no podría vivir físicamente ni una hora.

El alma no tiene que ver nada con esta actividad vital del corazón, ni tampoco con la actividad propia de los pulmones, hígado, bazo, estómago, intestinos, riñones y demás componentes corporales. Aun así, el cuerpo, que es una individualidad completa, es del mismo hombre y actúa como si ambos, cuerpo y alma, fuesen la misma personalidad.

Pero si observamos el alma por sí sola, veremos que también es una individualidad completa que, en sustancia espiritual, contiene los mismos componentes que el cuerpo físico, y que en su correspondencia espiritual más elevada se sirve de ellos como el cuerpo se sirve de los suyos materiales.

Aunque el cuerpo y el alma representen dos entidades completamente distintas, y cada una lleve una actividad muy específica sobre las que finalmente ninguna de las dos puede indicar ni el cómo ni el por qué, en el fondo del verdadero objeto de la vida constituyen un solo hombre, hasta tal punto que nadie puede negar que se trate de un hombre individual y pretender que es uno doble. El cuerpo ha de servir al alma y esta, con su entendimiento y voluntad, ha de servir al cuerpo. Por eso, el alma es responsable tanto de las actuaciones para las que ha utilizado al cuerpo como de las suyas propias que consisten en toda clase de pensamientos, deseos, ansias y pasiones.

Si observamos todavía más de cerca la vida y la naturaleza del alma, veremos que ella, con su cuerpo humano sustancial, no está en un nivel más elevado que, por ejemplo, el alma de un mono. Aunque tenga un entendimiento racional un poco más elevado que el instinto de un animal común, nunca podría atribuírsele un entendimiento o enjuiciamiento de las cosas y sus condiciones, libre y más elevado.

La facultad más desarrollada del alma, o mejor suprema por su semejanza a Dios, está constituida por un tercer cuerpo de esencia puramente espiritual que habita en ella. Mediante éste, el alma puede distinguir entre lo verdadero y lo falso, y entre lo bueno y lo malo; y puede pensar y amar libremente todo lo que quiera, llevada por su libre albedrío estrictamente respetado por dicho cuerpo. A medida que el alma con su libre albedrío se decide por lo puramente verdadero y bueno, poco a poco se vuelve semejante al espíritu que habita en ella: fuerte, poderosa, sabia. Y, por haber renacido en él, se vuelve idéntica a él.

En tal caso, el alma llega a ser prácticamente una con su espíritu. De la misma manera las partes corporales más nobles de un alma perfecta también van integrándose completamente al cuerpo sustancial espiritual —al que podéis llamar la carne del alma— y por eso, finalmente, también al cuerpo esencial del espíritu. Así hay que entender también la verdadera resurrección de la carne en el verdadero y más significativo día de la vida del alma —llamado el día “del juicio”— que llega cuando un hombre renace completamente en el espíritu, bien aquí en esta vida terrenal o, de manera mucho más penosa y lenta, en el Más Allá.

Un hombre completamente renacido en el espíritu es realmente un solo ser perfecto, aunque aun así su ser está constituido eternamente por una trinidad bien distinguible.

Habréis notado que cada cosa presenta tres características bien diferenciadas: lo primero que llama la atención es la forma exterior, sin la cual ninguna cosa sería concebible ni podría tener existencia. Lo segundo es el contenido de las cosas, sin el cual tampoco existirían ni tendrían forma exterior alguna. Lo tercero, igualmente necesario para la existencia de una cosa, es una fuerza interior que habita en ella y que mantiene su contenido unido, una fuerza que constituye la verdadera naturaleza de las cosas. Como esta fuerza constituye el contenido de las cosas, y mediante este contenido también su forma exterior, ella es también la identidad básica de todo lo que existe bajo la forma que fuere. Sin esta fuerza no se podría percibir ser o cosa alguna, al igual que no se podría percibir nada si careciera de contenido o de forma exterior. Así veis que las tres partes discutidas son bien diferentes, pues la forma exterior no representa su contenido ni el contenido la fuerza que le penetra; no obstante, son completamente uno...

Volvamos ahora de nuevo al alma. Para su existencia segura y determinada, el alma necesita tener una forma exterior, a saber, la del ser humano. La forma exterior es, por lo tanto, lo que llamamos cuerpo físico o también carne, y no importa si es de materia o de sustancia espiritual. Ya que el alma tiene forma humana, también su contenido habrá de corresponder a esta forma. Este contenido o cuerpo interior del alma es su propio ser mismo, es decir, el alma en sí. Si todo esto está presente, también tiene que estar presente la fuerza que condiciona toda alma; y esta fuerza es el espíritu que, finalmente, es todo en todo. Porque sin el espíritu es imposible que exista una sustancia concreta, y sin esta tampoco puede existir cuerpo o forma exterior alguna. Aunque estas tres entidades bien diferentes son un solo ser en su conjunto, deben, no obstante, ser denominadas y reconocidas como individualmente distintas.

En el espíritu o la esencia eterna habita el Amor que es la fuerza motriz de todo, la inteligencia suprema y la firme voluntad viva. Todo este conjunto constituye la sustancia del alma que le da la forma, o sea, la naturaleza de su cuerpo. Una vez que el alma y el hombre hayan tomado forma conforme a la voluntad e inteligencia del espíritu, el espíritu se retira al interior, dándole al alma una voluntad libre —como independiente de él— y también una inteligencia libre y autónoma. El alma se apropia de ellos y en parte por los sentidos de percepción exteriores y en parte por una intuición interior, los perfecciona después como si la inteligencia libre, perfeccionada, fuera obra propia suya.

A consecuencia de este estado necesariamente configurado así —en el cual el alma se siente como separada de su espíritu— ella es capaz de recibir cualquier revelación exterior o interior. Si la recibe, acepta y obra según ella, comenzará a unirse con su espíritu, con lo que respecto a la inteligencia y el libre albedrío entrará más y más en la libertad ilimitada del mismo; y respecto a la fuerza y el poder, podrá realizar todo lo que reconozca y quiera.

De esto podéis deducir que el alma —siendo el pensamiento del espíritu transformado en sustancia viva, en el fondo el Espíritu mismo— ha de ser considerada como un segundo cuerpo, surgido del espíritu, sin que por ello sea otra cosa que el espíritu mismo.

La experiencia diaria os muestra que el alma aparece finalmente como un individuo vestido con un cuerpo externo, como si fuese una tercera personalidad. El cuerpo sirve al alma como manifestación exterior de su espíritu interior, y tiene como objetivo exteriorizar la inteligencia y el libre albedrío del alma, para allí moderarlos. Luego el cuerpo, o sea, el hombre, debe aspirar por la inteligencia y la voluntad interior ilimitadas, y por la verdadera fuerza que de ellas resulta, a volverse una unidad gloriosa y totalmente autónoma con el espíritu más interior, que siempre seguirá siendo el único ser ejecutivo del hombre.

Al final de esta instrucción sumamente importante queremos también enfocar la Trinidad de Dios mismo, para que podáis entender claramente por qué os mandé bautizar, o sea, fortalecer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo a los hombres que creen en Mí y que verdaderamente han aceptado mi Enseñanza.

Las escrituras de los profetas explican que Yo, Jesucristo, también llamado el Hijo del hombre, soy el Dios verdadero, a pesar de que le dan nombres distintos, como Padre, Hijo y Espíritu. No obstante, Dios es una sola Magnificencia en la forma más perfecta de un hombre.

Así como el alma, su cuerpo exterior y su espíritu interior están unidos de manera tal que constituyen un solo ser y una sola sustancia individual —siendo sin embargo entre sí una trinidad diferenciada— así también están unidos el Padre, el Hijo y el Espíritu, tal como lo enseñan las escrituras de los patriarcas y los profetas».

Fuente: El Renacimiento Espiritual, cap. 5.3, La trinidad en Dios y en el hombre, recibido por Jakob Lorber